Sobra justificar que el uso de herramientas tecnológicas de última generación ha modificado muchos hábitos y prácticas sociales. La tecnología nos brinda posibilidades de acceso ilimitado a información, múltiples y variadas formas de comunicación virtual y en general incontables experiencias de entretenimiento. Pero su uso implica también la indudable exposición a riesgos diversos, especialmente cuando pensamos en la población más vulnerable: niños y adolescentes. Los menores se suman al “consumo” de tecnología a edades cada vez más tempranas, con sus ventajas e inconvenientes educativos. Es el peaje que tenemos que pagar.
El uso masivo de las TIC entre la población infantil y juvenil trae consigo potencialidades educativas impensables hasta hace solo unos pocos años. Que duda cabe. Pero a la vez, supone la exposición de los más desprotegidos a un elevado número de riesgos asociados a su uso. Hablamos de la cara y la cruz del uso de la tecnología digital y ambos elementos van de la mano: aprendizajes, comunicaciones, diversión, entretenimiento…, pero también variados e importantes riesgos cuya prevalencia va en aumento o se estabiliza y “normaliza”. Hablar de riesgos del uso recreativo de las TIC entre los menores ha dado lugar en el lenguaje cotidiano a la incorporación de términos como ciberacoso, sexting, nomofobia, etc. Desde esta perspectiva básica (tratar potencialidades y riesgos) parte la labor pedagógica que desarrolla la Fundación Canaria Yrichen en y con la comunidad escolar, mediante el diseño e implementación de complementarias líneas de actuación dirigidas al alumnado de centros educativos de primaria y secundaria, familias y profesorado.
Una de las estrategias se ha centrado en investigar las rutinas de navegación de los escolares en diversos centros educativos de Gran Canaria durante el curso 2017/2018, contando con la colaboración de técnicos asesores de la ULPGC. Pese a que no se dispone de datos definitivos de la aplicación de una herramienta de diagnóstico autocumplimentada por más de 3000 escolares (actualmente se están analizando los datos generales), los datos preliminares resultan alarmantes y requieren respuesta educativa. Aspectos como el elevado número de alumnos que disponen de dispositivos móviles inteligentes desde niveles educativos de 5º y 6º de primaria, la proporción considerable de alumnos de dichos niveles que tiene perfiles creados en redes sociales virtuales para mayores de 13 años o la proporción considerable que juega a videojuegos no recomendados para menores de 18 años por el sistema de codificación PEGI, justifican la necesidad de dar respuesta al desafío (juegos como Call of Duty, Fornite o Grand Thief Auto, en ocasiones interaccionando con otros jugadores desconocidos en entornos online). Estos datos generales conforman elementos de riesgo a los que el sistema educativo formal, el sector de la educación no formal y sobretodo las familias deben hacer frente. Los menores necesitan hoy más que nunca un adecuado seguimiento de sus rutinas de uso recreativo de las TIC y esto es tarea de todas y todos.
A lo anterior cabe incorporar de forma especialmente relevante la reflexión entorno al uso abusivo en sí mismo que se hace de la tecnología. Es necesario supervisar los hábitos y favorecer la autorregulación. La aplicación de nuestro cuestionario en centros escolares, ideado para tal fin (diagnosticar prácticas de riesgo, especialmente el abuso) nos permite atisbar claramente que una notable proporción de menores de 10 a 16 años usa de forma excesiva la tecnología. Datos como la elevada proporción de alumnos que usan sus dispositivos móviles a todas horas (por ejemplo, al irse a la cama a descansar) deben alertar a la comunidad escolar para que se desarrollen actuaciones dirigidas a la sensibilización en el uso responsable. Además, nuestra práctica en centros escolares nos permite constatar que un elevado porcentaje del alumnado de estas edades juega a videojuegos en horarios no recomendables, durante largos periodos de tiempo no controlados mediante las debidas normas familiares al respecto. También atiende sus perfiles en redes sociales en exceso para la edad que tienen y contestan mensajes de forma inmediata en diversas circunstancias y momentos diarios (en casa, en los centros escolares, en la cama, al hacer los deberes del cole). Esto puede llegar a suponer en algunos casos un incremento notable de pérdida de autocontrol, comportamientos no deseados como cambios bruscos de humor cuando no se está conectado, conflictos con el profesorado por usar el móvil saltándose las normas del centro escolar, conflictos familiares, problemas de sueño y alimentación, problemas de atención dispersa, etc.
A lo anterior cabe añadir la necesidad de fomentar usos más conscientes a diferentes niveles, (rechazo y control de contenidos inadecuados, desarrollo de aprendizajes significativos, promoción de ciberrelaciones saludables, seguras y prosociales, etc…). Muchos menores usan la tecnología como “meros consumidores” sin siquiera atisbar las potencialidades que realmente tienen más allá de colgar imágenes en las redes sociales (sin discriminar entre vida pública y privada), jugar a videojuegos que fomentan contravalores educativos y/o participar en grupos de redes sociales o mensajería instantánea en los que las normas, los valores relacionales o la frecuencia de las interacciones muchas veces no son adecuados. A lo anterior cabe añadir la necesidad de promover en el ámbito familiar unas prácticas ejemplificadoras por parte de los padres. No olvidemos que los adultos somos su espejo y fiel reflejo. En otras palabras, nos encontramos con un reto educativo de primer orden.
Fomentar en los entornos educativos un uso moderado, responsable y pedagógicamente constructivo es el reto que la Fundación Canaria Yrichen se propone con la implementación de actuaciones de aula en centros escolares de la isla de Gran Canaria desde hace tres cursos escolares. Las actuaciones inciden en el desarrollo de la capacidad crítica del alumnado y contemplan diversos aspectos de la Educación para la salud directamente mediados y mediatizados por la tecnología: autoestima y autoconcepto, respeto entre iguales, autocontrol y tolerancia a la frustración, aprendizaje y atención plena, etc. Para ello se parte desde unos principios vertebradores:
1. Prevenir desde la pedagogía, mediante la reflexión, el análisis y el entrenamiento en alternativas a las prácticas inadecuadas.
2. Normalización del uso de las TIC, en cuanto a las prácticas que los menores realizan para establecer sus relaciones en entornos virtuales.
3. Educar en valores, incentivando ideas, actitudes y conductas saludables y de promoción de una ciberconvivencia prosocial.
4. Incorporando la igualdad de oportunidades y la no discriminación por razón de sexo.
La tarea no ha hecho más que empezar. Las tecnologías llegaron para quedarse y urge multiplicar la labor educativa e interdisciplinar continua, permanentemente actualizada para dar respuesta a la rápida y cambiante revolución tecnológica que experientamos a todos los niveles. En este sentido se hace más necesario que nunca ejemplificar, acompañar y supervisar a los menores en el uso de las TIC.